imagen tomada de azulweb.net
Lo que en 1997 parecía ciencia ficción hoy comienza a tomar forma. En Gattaca, una simple gota de sangre definía el destino de las personas. Casi tres décadas después, esa distopía ya no parece tan lejana. La élite tecnológica de Silicon Valley ha puesto su mirada en la ingeniería genética, con el objetivo de diseñar bebés más sanos, inteligentes y resistentes… y quizá también más obedientes.
Todo comienza en el laboratorio, con un embrión de apenas cinco días que ya contiene el mapa genético completo de un ser humano.
Empresas como Orchid, Nucleus Genomics, Herasight o Genomic Prediction, respaldadas por figuras como Peter Thiel, Sam Altman, Brian Armstrong o Elon Musk, ofrecen análisis genéticos avanzados durante procesos de fecundación in vitro (FIV).
Por miles de euros, prometen evaluar el riesgo de enfermedades graves, pero también clasificar embriones según su coeficiente intelectual o predisposición a trastornos mentales, adicciones o incluso la calvicie.
Orchid, por ejemplo, cobra 2.000 euros por analizar el riesgo de padecer Alzheimer, diabetes, esquizofrenia o distintos tipos de cáncer.
Otras compañías van más allá y aseguran poder predecir rasgos cognitivos, creativos o de personalidad, algo que la comunidad científica observa con profundo escepticismo.
Instituciones como el American College of Medical Genetics and Genomics advierten que no existen pruebas clínicas sólidas que respalden estas promesas.
Aun así, la demanda crece.
En España, el 12% de los nacimientos ya se realizan mediante FIV, y la selección embrionaria podría convertirse en una práctica habitual.
Muchos padres buscan evitar enfermedades hereditarias, pero otros estarían dispuestos a pagar más por optimizar capacidades futuras.
El debate ético es inevitable.
Científicos y filósofos alertan sobre una posible deriva eugenésica impulsada por el mercado, donde solo quienes puedan pagar accedan a mejoras genéticas, ampliando de forma irreversible la desigualdad social.
Además, la edición genética en embriones humanos sigue prohibida en la mayoría de los países por sus riesgos impredecibles.
Mientras tanto, países como China avanzan rápidamente en investigación genética y bases de datos de ADN a gran escala, lo que añade una dimensión geopolítica al debate.
Expertos advierten que la biogenética podría convertirse en un nuevo factor de poder global.
Entre promesas de erradicar enfermedades y el temor a diseñar ciudadanos “perfectos”, la pregunta sigue abierta: ¿hasta dónde debería llegar la ciencia cuando se trata de decidir cómo será el ser humano del futuro?
Con información de El Mundo.
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