Las proyecciones de la FAO indican que para 2030 se necesitarán entre 70 y 80 millones de hectáreas adicionales de tierras cultivables para satisfacer la creciente demanda de alimentos, combustibles y recursos naturales. Si no se implementan estrategias para rehabilitar tierras degradadas y adaptarse a los fenómenos climáticos extremos, esta cifra podría superar los 110 millones de hectáreas, advirtió Daniel Madariaga Barrilado, especialista en sostenibilidad.

Un enfoque clave es la transformación de tierras degradadas en suelos productivos. Iniciativas como la Agricultura Biológica Óptima (MABO) y las Medidas Ambientales para la Zona Orgánica (MAZO) buscan restaurar el suelo y maximizar su uso de manera sostenible.
“La adopción de prácticas agrícolas sostenibles no solo mejora la seguridad alimentaria, sino que también contribuye a la conservación de la biodiversidad y la mitigación del cambio climático”, comentó Madariaga Barrilado.
América Latina y África subsahariana, regiones críticas para la expansión agrícola, enfrentan riesgos climáticos significativos. Hasta el 80 % de los pequeños agricultores de México y Etiopía podrían experimentar eventos climáticos extremos antes de 2050, lo que complica aún más el panorama.
El costo global para restaurar tierras degradadas se estima en 300 mil millones de dólares, lo que exige alianzas público-privadas. Brasil, con su modelo de sistemas integrados de producción, ha demostrado que es posible combinar cultivos, ganadería y silvicultura para restaurar millones de hectáreas.
A medida que la competencia por tierras aumenta los precios de los commodities agrícolas hasta en un 30 %, soluciones como reducir el desperdicio alimentario y fomentar prácticas resilientes se vuelven fundamentales para garantizar la seguridad alimentaria sin comprometer los ecosistemas.
Con solo seis ciclos agrícolas antes de 2030, las decisiones tomadas ahora serán cruciales para equilibrar productividad y sostenibilidad.














