Lo que antes parecía sacado de una novela de ciencia ficción hoy ocurre en laboratorios reales. Un grupo de científicos en Suiza trabaja en la creación de minicerebros humanos para transformarlos en computadoras vivas, capaces de aprender y consumir mucha menos energía que los sistemas actuales.
Esta revolucionaria idea, conocida como wetware, busca combinar biología y tecnología.
Lo que estaría abriendo la puerta a centros de datos con servidores “vivos” que imiten cómo aprende la inteligencia artificial.
Así nacen los “minicerebros”
En el laboratorio FinalSpark, fundado por Fred Jordan, las computadoras tradicionales dejan paso a cultivos de neuronas humanas.
Todo comienza con células madre derivadas de piel humana que se transforman en pequeños organoides, es decir, grupos de neuronas y células de soporte.
Las muestras vienen de donantes anónimos.
Estos minicerebros no tienen la complejidad de un cerebro real, pero sí sus componentes básicos.
Tras varios meses de desarrollo, se conectan a electrodos que envían señales eléctricas para comprobar si responden a estímulos.
A veces, esas respuestas se ven en una pantalla como gráficos similares a un electroencefalograma.
Retos y preguntas éticas
Aunque la tecnología suena prometedora, aún hay muchos desafíos.
Los organoides no tienen vasos sanguíneos como un cerebro real, por lo que su supervivencia es limitada: actualmente viven hasta cuatro meses.
Además, los científicos han observado comportamientos curiosos, como picos de actividad antes de su “muerte” celular.
“Es triste detener el experimento, pero necesitamos entender por qué falló para poder repetirlo”, comenta Jordan.
Para Simon Schultz, director del Centro de Neurotecnología del Imperial College de Londres, estas biocomputadoras no deben causar temor: “Son computadoras hechas de un material diferente”.
Aplicaciones en el mundo real
FinalSpark no es el único laboratorio que explora esta frontera.
La empresa australiana Cortical Labs logró que neuronas artificiales jugaran al clásico videojuego Pong en 2022, mientras que investigadores de la Universidad Johns Hopkins en EE.UU. crean minicerebros para estudiar enfermedades neurológicas como el Alzheimer y el autismo.
Sin embargo, los expertos coinciden en que el wetware no reemplazará al silicio en el corto plazo.
“La bioinformática debería complementar, no sustituir, la IA tradicional”, explica Lena Smirnova, líder del proyecto en Johns Hopkins.
Para Fred Jordan, trabajar con minicerebros humanos es como vivir dentro de un libro de ciencia ficción:
“Siempre me sentía un poco triste porque mi vida no era como en las películas… ahora siento que estoy escribiendo una”.
Aunque esta tecnología aún está en fase experimental, su potencial para cambiar la forma en que entendemos la computación y la inteligencia artificial ya está encendiendo la imaginación del mundo científico.
Con información de BBC.














